Caspar David Friedrich
Caspar David Friedrich (1774-1840), fue uno de los representantes más importantes de la pintura romántica en Alemania. Destacó por sus paisajes alegóricos y simbólicos,
cargados de misticismo. La representación de la naturaleza sirve al pintor para una profunda reflexión sobre el ser humano y su existencia, sus obras están cargadas de filosofía. Según el artista “un pintor debe pintar no sólo lo que ve ante sí, sino también lo que ve en el interior de sí mismo”. En sus obras nos encontramos ruinas góticas, creando una estética particular, donde estas construcción decrépitas alcanzar una inquietante belleza.
La Abadía en el robledal (1809) nos muestra los elementos clave de su obra, la presencia de la figura humana está reducida, queda arrinconada por la grandeza de la naturaleza o la fuerza del paisaje, siempre con una actitud contemplativa que se rinde al mundo que le rodea, la inmensidad inabarcable se escapa al fondo de la obra; mientras, el ventanal gótico, juega el papel de puerta entre los dos espacios, un elemento de esperanza.
No menos simbólico es su Naufragio de La Esperanza (1824), donde el barco se pierde entre le hielo y el silencio. Friedrich, al contrario que Turner nos presenta el momento posterior a la tormenta obligando al espectador a imaginar la catástrofe. El silencio sustituye al drama de La balsa de la Medusa de Gericault. La fuerza expresada mediante la ausencia.
Su obra es capaz de mostrar lo sublime, una categoría estética que va más allá de la belleza, su grandiosidad, inmensidad y silencio, la hace inabarcable, generando inquietud, vértigo, incluso miedo en un observador que, sin embargo no puede alejarse de dicha contemplación (atracción-repulsión). Los pintores emprendieron la búsqueda de los sublime en el romanticismo, la obra de Edmund Burke Indagaciones filosóficas acerca de nuestras ideas sobre lo bello y lo sublime abrieron el camino. El viaje se volvió vital para unos artistas que se ven como exploradores, que descubren lo inaccesible o la belleza de los abandonado: especialmente las ruinas medievales, los cementerios con su poder evocador y melancólico.
En El caminante sobre el mar de nubes (1817-1818) se ejemplifica la mayor aportación de Friedrich al mostrar, no tanto la grandeza del paisaje, como los efectos subjetivos que provoca en quien lo contempla, el espectador se identifica con el personaje que, a su vez, es un alter ego del propio pintor, las sensaciones se van traspasando. Lo mismo ocurre en el Monje a la orilla del mar, al igual que en el cuadro anterior, el personaje aparece de espaldas, pero ahora más empequeñecido por la grandiosidad de la naturaleza. El monje se pierde en la inmensidad y la niebla, quizás representado al propio ser humano. En ambos cuadros la niebla es un elementos clave, Friedrich afirmó que “cuando un paisaje está cubierto por la niebla, parece mucho más sublime, ya que eleva y amplia nuestra imaginación”.
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