Urbanismo Romano
La planificación de la ciudades en el Imperio Romano
La civilización romana fue esencialmente urbana. La ciudad era el centro político, militar, administrativo y cultural del mundo romano, y en ella se realizaban importantes actividades económicas como las manufacturas, los servicios y el comercio.
La expansión de Roma puso las bases del proceso de urbanización de Europa y el norte de África, en la zona oriental ya existían importantes núcleos anteriores a la expansión romana. Aunque este entramado urbano entró en decadencia durante la época medieval, gran parte de las actuales ciudades son de origen romano (a menudo como continuidad de los campamentos de las legiones) o se desarrollaron durante su dominio sobre asentamientos de pueblos autóctonos.
Podemos citar ejemplos como París (Lutecia), Londres (Londinium), Colonia (Colonia Agripina), Lisboa (Olissipo), Barcelona (Barcino), Sevilla (Híspalis), o la africana Leptis Maga, cerca de la actual Típoli, en Libia.
Elegir emplazamiento
Vitruvio arquitecto romano de finales del siglo I a.C. fijó las bases teóricas para la edificación de las ciudades en su tratado De achitectura. Un modelo con claras influencias helenísticas, el trazado en damero de Hipódamo de Mileto, y de las ciudades etruscas.
Para Vitruvio era esencial escoger bien un terreno favorable:
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Debía estar elevado y protegido de nieblas y de vientos.
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Debían evitarse zonas pantanosas.
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Era necesario el acceso al agua potable, por lo que era buscaron la cercanía de manantiales o la posibilidad de llevar el agua hasta la población mediante canales y acueductos. No bastaba la presencia de un río o la construcción de pantanos y aljibes, pues el agua podía no ser apta para el consumo, mientras que los pozos eran insuficientes para abastecer grandes poblaciones.
Rito fundacional
Elegido el emplazamiento se procedía al ritual de fundación, copiado del mundo etrusco.
En primer lugar se consultaba la voluntad de los dioses a través de augures. Una vez confirmada la buena disposición de los inmortales se procedía la inauguratio cavando un pozo para enterrar ofrendas y tierra del lugar de origen de los colonos.
A continuación se marcaba el pomerium (o límites sagrados de la ciudad). Para fijarlo se trazaba un surco con un arado del que tiraban un buey y una vaca guiados por un sacerdote. Finalmente eran también los sacerdotes quienes ofrecían a los dioses los pertinentes sacrificios.
El trazado urbano
Cumplidos los ritos de rigor, con lo dioses de su parte y el perímetro fijado, se articulaba el interior de la ciudad en torno a dos calles principales: el cardo que atravesaba la ciudad de norte a sur y el decumanus orientado de este a oeste, por lo que era perpendiculares entre sí. El resto de las calles se sucedían de forma paralela a las principales formado manzanas ortogonales.
Aunque se buscaba la coincidencia con los puntos cardinales, Vitruvio señalaba que la orientación de la cuadrícula debía adaptarse a cada emplazamiento, considerando los vientos predominantes en cada territorio.
Las calles cardo y decumanus se cruzaban en el centro de la población, lugar en el que solía ubicarse el foro, centro neurálgico de las ciudades. Un espacio rectangular y, a menudo, porticado en el que se concentraban los principales edificios públicos, como la curia y la basílica, y los templos principales, el consagrado a la Triada Capitolina y el dedicado al culto imperial.
Los grandes edificios para espectáculos como el teatro y el anfiteatro se distribuían por la ciudad, la igual que las termas, esenciales en cualquier población romana que se precie de serlo. El circo, por su tamaño, solía situarse a las afueras de la población.
Son muchos los ejemplos de ciudades que cumplen con este modelo de retícula, uno de los más destacados por su conservación en la ciudad de Timgad, fundada por Trajano hacia el año 100 d.C. con el nombre de Colonia Marciana Ulpia Traiana Thamugadi.
Este modelo ideal de ciudad no se aplicaba en todas las poblaciones, los romanos fueron muy flexibles a la hora de adaptarlo a la naturaleza del terreno donde se fundaba la ciudad, como podemos comprobar en los yacimientos españoles de Bilbilis, Segobriga o Ercadia.
El diseño de las calle en las ciudades romanas nos es muy familiar. Una calle central enlosada, de la que tenemos importantes ejemplos, como en el yacimiento de la Almoina, en Valencia, limitada en ambos lados por un bordillo que la separaba de la acera, donde podían instalarse comercios y negocios en los bajos de las viviendas. De las viviendas romanas hablaremos más adelante, en el apartado de la arquitectura privada.
Las cloacas
Bajo estas calles había un impresionante sistema de desagüe. De las viviendas y locales salían pequeños canales con las aguas residuales que se recogían en un canal central cubierto que discurría por el centro de la calle bajo el enlosado. También construían sumideros para recoger el agua de la lluvia y dirigirla al canal.
En las ciudades más pequeñas estos canales desaguaban en un río cercano o en el mar, como en el caso de Ampurias, pero en ciudades mayores lo hacían en un complejo sistema de cloacas subterráneas. Los canales de las calles se recogían en cloacas que iban desaguando por gravedad en otras mayores, hasta llegar a un río. Así funcionaba la Cloaca Máxima de Roma, ya de época etrusca. En el Museo del Foro de Cesaraugusta, junto a la Plaza del Pilar de Zaragoza, podemos ver un colector que recogía las aguas residuales del foro y de unas termas, sus medidas son de tres metros de altura por dos de ancho, lo que nos habla del enorme caudal para el que se diseñó. El material es hormigón romano, lo que aseguraba su impermeabilidad y durabilidad.
Las cloacas proyectaban el trazado urbano en el subsuelo de las ciudades, suponían un gran esfuerzo constructivo pero en poblaciones que no dejaban de crecer (no olvidemos que Roma llegó a superar el millón de habitantes), se hacía indispensable la gestión de las aguas residuales para mejorar la higiene y evitar enfermedades.
Las necrópolis
La leyes romanas prohibían realizar enterramientos en el interior de las ciudades, por lo que las tumbas y mausoleos se instalaron en las vías de acceso a la ciudad, costumbre habitual en la última etapa de la cultura etrusca, formando auténticas necrópolis. El mayor ejemplo lo encontramos en la Vía Appia a la entrada de Roma.
Bibliografía
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