La arquitectura neo-clásica había dominado las décadas anteriores, siendo un estilo muy vinculada al gusto de la Academia y a la ideología de la Revolución francesa. El Neoclásico rechazó los excesos ornamentales del Barroco y el Roccocó (estilos muy relacionados estética e idelógicamente con la aristocracia y el Antiguo Régimen).

(Renovación de arquitectura: el siglo XIX)

Los arquitectos buscaron sus referentes en Grecia y Roma, recuperaron la columna como elemento sustentante, los órdenes clásicos y los muros lisos o con sencillas decoraciones.

La influencia de la Revolución potenció la construcción de edificios públicos, monumentos y espacios urbanos: bibliotecas, mercados, museos, pórticos; y, en la época napoleónica edificios conmemorativos (columnas y arcos) como el Arco del Triunfo de l’Etoile (1806) y la Columna Vendône.

La Iglesia de la Madelaine (1806-1842), es un buen ejemplo de la influencia romana (la Maison Carrée). Mientras, el Panteón de París (1790) se basó en el proyecto de Miguel Ángel para la Basílica de San Pedro de Roma.

Fuera de Francia el Neoclásico dejó en Alemania la obra de Leo Von Klneze (1784-1864). La Gliptoteca de Munich (1830) es una obra formal y lo funcionalmente neoclásica. Se trata de un museo con un pórtico octástilo jónico. También construyó los Porpileos (1846-63) en la misma ciudad.

Los EE.UU. adoptaron con entusiasmo el Neoclásico para sus edificios públicos. Los primeros dirigentes del país trataron de marcar una continuidad ideológica entre la antigua República romana y la nueva nación que construían. Destaca el Capitolio de Washington (1800), influido por Palladio y por la cúpula del Hospital de los Inválidos de París.

España no fue ajena a las influencias clásicas. Juan de Villanueva proyectó el Museo del Prado (1785-19), siguiendo modelos clásicos.