Historia de España

La romanización de Hispania

La romanización de Hispania fue un proceso de aculturación de los pueblos de la península y que comenzó desde el momento de la conquista romana. Supuso la implantación de la cultura romana: costumbres, formas de vida, organización política, derecho, idioma y arte.

La romanización en Hispania fue un proceso largo que se inició con la propia conquista militar y que fue muy desigual, tanto en su duración como en su intensidad, en las diferentes regiones, dependiendo del carácter y los procesos históricos previos de cada pueblo. La aculturación fue más fuerte y temprana en la costa mediterránea y el valle del Guadalquivir, y más complicados en las zonas habitadas por los celtas y celtiberos, especialmente en el noroeste donde encontró las mayores resistencias.

El Estado romano no puso en práctica un plan sistemático de asimilación y romanización de los pueblos conquistados. Tras la conquista Roma, que en algunos casos podía ser brutal, Roma tendía a respetar la organización internas, las leyes e instituciones de los pueblos dominados superponiendo la sumisión a Roma y el pago de tributos. Más que una voluntad del Estado romano, la romanización fue el resultado de la propia presencia romana y de los beneficio que proporcionaba a a las élites locales, que buscaron la emulación de la formas romanas.

Elementos de romanización

El ejército romano

Instrumento de la romanización fue el ejercito, siendo el primer elemento de presencia permanente de Roma en la península. Los motivos de su influencia fueron más allá de la propia conquista, destacaremos ahora tres: la participación de grupos indígenas como tropa mercenaria o auxiliar, la creación de los primeros enclaves de población itálica en Hispania con veteranos de las legiones y la construcción de calzadas para el movimiento de las tropas pero que, una vez pacificado el territorio fueron un elemento de articulación del mismo. Detengámonos un momento en cada uno de ellos.

  • El primero, la participación de grupos indígenas como mercenarios o tropa auxiliar en a las legiones. Ya comentamos en el capítulo dedicado a la II Guerra Púnica como estos guerreros íberos y celtiberos eran muy apreciados por ambos bandos debido a su demostrada pericia guerrera, si bien su fidelidad podía ser cambiante según el curso de los acontecimientos, por lo que cartagineses y romanos recurrían a la retención de rehenes como garantía de su apoyo. Por otro lado, los pactos firmados por Tiberio Sempronio Graco con los pueblos de la península les abrió la puerta para integrarse como tropa auxiliar en las legiones romanas. La participación de guerreros peninsulares en los ejércitos de Roma dio un salto cualitativo durante las Guerras Sertorianas. El general rebelde Quinto Sertorio integró en su ejército tropas lusitanas, adiestrándoles en técnicas militares romanas, práctica que continuó Pompeyo.
  • Por otro lado, la llegada de legiones romanas tanto para la II Guerra Púnica como para la conquista de Hispania, supuso la presencia de población itálica en Hispania. Los campamentos romanos fueron los primeros núcleos de población romana y de irradiación de sus costumbre. Los campamentos movilizaban grandes contingentes humanos y eran focos de atracción económica para vendedores de todo tipo de bienes y servicios.En muchos casos los veteranos de las legiones permanecieron en los territorios conquistados una vez terminada la guerra. En la zona sur Publio Cornelio Escipión fomentó esta práctica, destacando la fundación de Colonia Libertinorum Carteia, (actual provincia de Cádiz) primera colonia latina fuera de la península itálica. Cuenta Tito Livio, que en el año 171 a.C. Carteia envió una delegación al senado para pedir que se les reconociera el estatus jurídico de ciudadanos latinos.Mención especial merece la ciudad de Itálica, en el actual municipio de Santiponce (Sevilla) fundada por Escipión sobre un anterior asentamiento turdetano con soldados heridos en las batallas contra los cartagineses, pues fue la cuna, en el siglo II d.C., de dos Emperadores: Trajano y Adriano, prueba del grado de integración que alcanzó la zona. Según cuenta Apiano de Alejandría

    Escipión dejó allí un pequeño ejército, el más propio de un tiempo de paz, y avecindó a los soldados heridos en una ciudad que, del nombre de Italia, llamó “Itálica”: esta fue la patria de Trajano y de Adriano, que más tarde llegaron a ser emperadores de los romanos.

    Algunas de las nuevas ciudades romanas surgieron directamente de la evolución de los campamentos cuando se convirtieron en bases fijas del ejército, especialmente en la zona del noroeste. Fueron los casos de León, campamento original de la Legio VII Victrix y donde finalmente se asentó la Legio VII Gemina, Asturica Augusta (actual Astorga) campamento de la Legio X Gemina, o Lucus Augusti (Lugo); o asentándose como colonos tras terminar su carrera de armas trayendo a sus familias a Hispania.

    Esta práctica, la de asentar veteranos de guerra en Hispania, fue muy utilizada por Pompeyo, fundador de la ciudad de Pompalelia (actual Pamplona) y, a gran escala, por Julio César y Augusto, fue el caso de las Colonia Caesar Augusta (Zaragoza) o Emérita Augusta (Mérida). Estos colonos y sus descendiente pronto reclamaron la pronto reclamó la latinidad o la ciudadanía romana.

    El asentamiento de antiguos legionarios como colonos lograba dos objetivos, por una lado premiaba sus carrera con la concesión de tierras evitando los problemas sociales que se estaban produciendo en Roma, por otro lado servía de primera línea de defensa en caso de rebelión indígena.

    Los colonos, fueran veteranos de las legiones o población llegada desde la península itálica, jugaron un papel clave en la romanización, reproduciendo en el territorio de Hispania “pequeñas romas” que copiaban los modelos de organización política y social de la metrópoli y ejercían como focos de irradiación de la cultura romana.

  • El tercer motivo relacionado con el ejército clave en la romanización fue la construcción de las calzadas. Las calzadas romanas fueron una maravilla de su ingeniería, tanto la propia calzada, como por el diseño de los trazados, como los puentes necesarios para salvar los ríos, entre los que podemos destacar entre otros: el de Córdoba sobre el Guadalquivir, el de Ourense sobre el Miño, el de Salamanca para cruzar el Tormes, el que atraviesa el Tajo en Alcántara, el de Mérida sobre el Guadiana, el Puente Zuazo, que une la isla de San Fernando con Puerto Real en Cádiz o el de Calamocha para salvar el Jiloca. sobre muchos de ellos continúa pasando el tráfico rodado en nuestros días.Esta red de vías conectaban todos los puntos de su gran imperio, de ahí la expresión de todos los caminos llevan Roma, y su construcción corría a cargo de las propias legiones, como podemos comprobar todavía en algunas inscripciones y miliarios.

    Las calzadas tenía una achura de entre cinco y diez metros para permitir el tránsito de los carros, delimitada por dos bordillos. El pavimento constaba de varias capas, la más baja era un cimentación compuestas de grades piedras en bruto, sobre esta primera capa se disponía un relleno de arena, grava y piedras más pequeñas y, por encima, una capa de gravas de pequeño tamaño o zahorras y arena sobre la que se transitaba, formando un pavimento liso y regular que, bien mantenido permitía el tránsito de carros pesados.

    Las calzadas se disponía con taludes o inclinación hacia la parte exterior para que el agua de la lluvia fluyera hacia las cunetas. La anchura de todas estas capas superaba el metro de profundidad. Los miliarios marcaban las distancias hasta las ciudades más próximas y servían para publicitar a los promotores de las construcción de la vía.

    En las ciudades y su proximidades estaban enlosadas en su parte superior, dándole el peculiar aspecto con el que solemos asociar estas vías.

    La enorme inversión de esfuerzo, dinero e ingeniería que supuso su construcción tenía como objetivo principal facilitar el movimiento rápido de tropas y el control administrativo, pero una vez pacificada la península sirvieron para la articulación del territorio, el comercio y la difusión de la cultura. Las dos calzadas más importantes en Hispania fueron la Vía Augusta y la Vía Argentea. La primera partía de Gades, atravesaba el valle el Guadalquivir y el interior de la Bética, se dirigía a Cartago Nova y, desde allí, discurría cerca de la costa de Mediterráneo hasta los Pirineos, continuando hasta Roma. La Vía Argentea, o Vía de la Plata, que unía Emerita Augusta con Asturica Augusta.

La organización política de Hispania se articuló en provincias. La dos primeras, creadas en el 197 a.C. fueron la Hipania Citerior es decir, la más cercana a Roma, que incluía el valle del Ebro y la costa mediterránea, y la Hispania Ulterior, que coincidiría en líneas generales con la actual Andalucía. Estas provincias se fueron expandiendo a medida que avanzó la conquista.

La división provincial fue variando. En la época de Augusto las provincias pasaron a ser tres: la Lusitania (con capital en Emerita Augusta, la actual Mérida), la Tarraconensis y la Bética, dirigidas desde Tarraco y Corduba (Tarragona y Córdoba) respectivamente. La última división, en el 297 de la era cristiana, bajo el mandato de Diocleciano, añadió la provincia Cartaginense, con capital en Cartago Nova (Cartagena) y la Gallaecia, con capital en Bracara Augusta (actual Braga, en Portugal). La reorganización de Diocleciano supuso también la creación de la Diocesis Hispaniarum, de la que dependía también la Mauritania Tingitana, al otro lado del Estrecho de Gibraltar. A finales del Imperio se creó también la Provincia Balearica.

Al mando de cada provincia se situaba un pretor, asesorado y fiscalizado por una asamblea (Concilium), mientras que del censo y la hacienda se encargaba un cuestor. Para facilitar la administración de justicia la provincia se dividía en conventus iuridici.

Las ciudades

Un elemento clave de la civilización romana y que tuvo su reflejo en Hispania fue el desarrollo de las ciudades. El Estado y la economía de romana se organizaba y dirigía desde las urbes. En Hispania los romanos se sirvieron y revitalizaron antiguas colonias costeras de fenicios y griegos como Emporium o Gades, castros y oppidum idígenas, como Calagurris o Saguntum, y ciudades de nueva fundación como Emerita Augusta o Caesar Augusta, sus propias colonias. Las ciudades romanas fueron un elemento de esta aculturación que se produjo más por imitación que por imposición.

El estatutos político de cada una de estas ciudades y de sus habitantes fue variando a lo largo del periodo romano. Plinio el Viejo, en su Historia Natural, nos explica los diferentes regímenes jurídicos de las ciudades en los territorios dominados por Roma:

  • Por una lado las ciudades estipendiarias, resultado de la conquista romana, carecían de derechos y debían pagar tributos (estipendium),
  • Las ciudades federadas (con tratado de foedus) se habían sometido a Roma,
  • Las ciudades libres que tenían gobierno propio y no pagaban impuestos pero debían aportar soldados y soporte al ejército de Roma.

Por su parte las colonias eran establecimiento de ciudadanos romanos, se distinguía entre las “romanas”, cuyos ciudadanos disfrutaban de todos los derechos (optimo iure) y las latinas, sometidas al Derecho Latino, gozando de derecho privado (ius comerci, ios connubii).

Las nuevas ciudades se diseñaron según los principios urbanísticos y constructivos romanos, basados en el trazado endamero o hipodámico. El espacio urbano se articulaba en torno a dos calles principales perpendiculares entre ellas: el cardo, que atravesaba la ciudad de norte a sur y el decumanos que marcaba eje este-oeste, el resto de calles van formando las manzanas de manera ortogonal.

El espacio público principal de la ciudad era el foro, normalmente situado en la zona central. En el foro se construían los edificios administrativos (como la basílica), los religiosos o templos y los políticos (como curia). Los edificios para espectáculos, como los teatros, de los que tenemos importantes ejemplos en Zaragoza, Clunia, Mérida, Sagunto y Bílbilis y otras ciudades, y los anfiteatros, como los Itálica, Mérida o Tarragona, y otros edificios de ocio como las termas evidencian la adquisición de las costumbres romanas entre la población de Hispania.

Estos edificios junto a las grandes obras públicas ingeniería (acueductos, puentes, embalses o calzadas), a demás de su utilidad práctica atestiguaban la presencia y grandeza de Roma por todo el territorio conquistado, un aparato propagandístico que se reforzaba con monumentos como los arcos y otras construcciones conmemorativas.

Economía de la Hispania Romana

La economía de Hispania, como la del resto de provincias romanas, se supeditaba a las necesidades de la metrópoli. Estaba basada en la explotaciones de materias primas y la producción agrícola con mano de obra esclava y se insertaba en los circuitos de comercio creados por Roma, que abarcaban todo el Mediterráneo. Este comercio se vio favorecido por la implantación de la moneda romana, de sus sistemas de pesos y mediadas, y del código romano de comercio.

La agricultura fue la principal fuente de riqueza, alcanzando un gran desarrollo durante la época romana. Con la llegada de Roma aumentó la superficie cultivada en Hispania, se introdujeron nuevas técnicas de rotación de cultivos, se generalizó el uso de abonos, el arado romano y el trillo de rueda.

La clase senatorial acaparó latifundios explotados por esclavos en los que crearon sus villas, explotaciones prácticamente autosuficientes, pero también hubo pequeños propietarios libres por los repartos de tierra realizados entre los legionarios veteranos.

Hispania fue uno de los principales productores de cereal del Imperio, especialmente la Bética, gran parte de esta producción se exportaba a Roma para alimentar a la ciudad. El vino hispano estaba considerado en Roma como de los de mejor calidad, y las exportaciones de aceite llegaron a tal nivel que los restos de ánforas acumuladas en Roma formaron el Monte Testaccio, una colina artificial de considerables dimensiones.

De la producción ganadera destacó la cría de caballos y de cerdos.

El modelo de pesca de almadraba del que ya se sirvieron Fenicios y Cartagineses siguió utilizándose y se amplio en el periodo romano, siendo los salazones y el gárum dos exportaciones clave de Hispania. Otros productos que se exportaban desde la Hispania fueron el esparto, la cera o la miel.

La explotación minera, que ya había sido el motor para la llegada de los colonizadores mediterráneos, continuó bajo el dominio romano. Las minas de plata de Cartago Nova, donde llegaron a contar con 40.000 esclavos según Polibio, las de cobre en Río Tinto, el mercurio de Almadén, el plomo de Sierra Morena, donde también extrajeron oro o el hierro en la zona cantábrica. Mención especial por los espectacular de su modo de explotación, conocido como ruina montium (no creo que haga falta traducción) y por el peculiar paisaje que ha quedado, merecen las minas de oro de las Médulas, en la actual provincia de León, las mayores del Imperio Romano. El sistema empleado consistió en la excavación de galería en la montaña, se desviaban granes cantidades de agua hasta la entrada de estas galerías soltándola de golpe para provocar derrumbamientos y arrastrar el barro y los minerales a los canales de lavado.

Las importaciones principales fueron las de productos manufacturado: joyas, cerámica vidrio, perfumes… Las únicas manufacturas que se desarrollaron en Hispania fueron aquellas relacionadas con la exportación de productos, destacando la fabricación de ánforas para aceite y vino.

Un modelo tradicional de economía colonial, donde se explotaban de forma intensiva las materias primas y productos agrícolas para satisfacer las necesidades de la metrópoli, aprovechando la red de comunicaciones creadas por el Imperio, tanto las calzadas como los circuitos marítimos.

Organización social de la Hispania Romana

Respecto a la organización social se fue imponiendo en Hispania el modelo del resto del Imperio, aunque perduraron algunos elementos locales. La principal división social estaba entre los hombres libres y los esclavos, aunque entre los primeros también había una importante desigualdad tanto por su origen como por su capacidad económica.

El grupo privilegiado de la sociedad romana, el más rico y el que dominaba las magistraturas, estaba encabezado por el Orden Senatorial, grandes propietarios de tierra que buscaban en Hispania agrandar su riqueza y completar su carrera política o cursus honorum. Los primeros miembros de Senado no nacidos en la península itálica procedían de Hispania, lo que nos habla de la profunda romanización del territorio en fechas tempranas. La antigua aristocracia indígena buscó equipararse a este grupo, lo que facilitó su romanización.

Dentro del grupo privilegiado de la sociedad romana también se incluía el Orden Ecuestre, ocupando puestos intermedios tanto del ejército como de la administración. Su patrimonio era menor que el de los anteriores, y el Orden Decurional, habitantes ricos de las ciudades.

Como ciudadanos, libres pero alejados de las magistraturas, encontramos a la plebe (artesanos, comerciantes y otros oficios manuales) gentes con derechos cívicos pero escasa riqueza, muchos de ellos vieron en el ejército una forma de acceder a tierras.

El grupo de los libertos, esclavos manumitidos o que habían comprado su libertad, fue cobrando fuerza con el devenir del Imperio. Era una clase muy activa social y económicamente.

Al igual que en el resto del mundo romano, en Hispania los esclavos, desempeñaron un papel clave. Representaban el escalón más bajo de la sociedad y eran considerados propiedades de sus dueños. La condición de esclavo podía deberse a la conquista militar, a la captura y el comercio esclavista, a su nacimiento como hijos de esclavos o a la venta por deudas.

La vida de los esclavos romanos variaba ampliamente según su función y dueño. Algunos desempeñaban roles domésticos, como sirvientes, mientras que otros trabajaban en las minas o en la agricultura. A pesar de la dureza de su condición, algunos esclavos lograban obtener su libertad, ya sea a través de manumisión por parte de sus dueños, el pago de su libertad o mediante la participación en el ejército.

El grupo de hombres libres en la Hispania romana no era homogéneo desde el punto de vista jurídico, dependía del origen. Algunos gozaban de la ciudadanía romana o la latina, especialmente los colonos llegados desde Roma y los habitantes de ciudades fundadas por Roma, pero la mayoría de los Hispanos, al menos tras la conquista eran considerados peregrini, súbditos de Roma o extranjeros no hostiles, para los extranjeros enemigos de Roma se utilizaba el término hostis.

A los largo de los siglos de dominación romana el estatus de las ciudades de Hispania y de sus habitantes fue cambiando, adquiriendo diversos derechos. En el año 74 el Emperador Vespasiano promulgó el el Edicto de Latinidad de Vespasiano por el que se concedió el ius latino o ciudadanía latina a todos los habitantes de Hispania. El proceso de adquisición del derechos jurídicos terminó con el Edicto de Caracalla, del año 212 d.C., por el que concedió la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio.

La cultura romana en Hispania

Prueba de la intensa romanización fue la expansión del latín. El latín era la lengua de la administración y el gobierno, y pronto se convirtió en una lengua franca para toda Hispania de la mano de militares y comerciantes, siendo bastante habitual el bilingüismo entre los habitantes de los diferentes pueblos indígenas. La evolución a lo largo de los siglos del llamado latín vulgar, hablado por la población, acabó dando origen a las diferentes lenguas romances, fruto de cuya evolución son las lenguas que se hablan en la península, con la excepción del euskera.

Frutos de la romanización fue la proliferación de intelectuales procedentes de Hispania que escribieron en lengua latina entre los que podemos destacar algunos nombres como:

  • El filósofo estoico Lucio Anneo Séneca, nacido en Córdoba el año 4 d.C. Junto con su obra filosófica también destacó como dramaturgo. Fue un influyente político en Roma y el tutor del emperador Nerón, quien finalmente le invitó a quitarse la vida en el 64 d.C.
  • El mismo año que nacía Séneca, lo hacía en Cádiz el agrónomo Lucius Junius Moderatus Columella. Este gaditano escribió De re rustica, el más amplio e influyente tratado sobre agricultura del mundo romano.
  • Marco Fabio Quintiliano, nació el 35 d.C. en Calagurris, la actual Calahorra en la Rioja. Fue abogado y poeta, pero destacó en el campo de la retórica en el que nos ha legado su obra Institutio oratoria, del año 95 d.C., en la que se sientan las bases de esta discuplina.
  • Nacido también en Córdoba en el año 39 d.C. y sobrino de Séneca, fue el poeta Marco Anneo Lucano. Su epopeya Farsalia narra la Guerra Civil entre Julio César y Pompeyo.
  • Marco Velerio Marcial nació en Bílbilis, la actual Calatayud, en el 40 d.C., fue un exitoso poeta, destacando en el género de la sátira con sus epigramas.

Políticos hispanos en Roma

Además de importantes intelectuales Hispania también proporcionó a Roma influyentes políticos, ya hemos comentado que de las provincias hispanas fueron originarios los primeros senadores no itálicos. El grado de integración en el mundo romano fue tal que hasta cuatro emperadores fueron de origen hispano: Trajano, nacido en Itálica, logró la máxima expansión territorial del Imperio Romano. Adriano, protagonista de la famosa novela de Marguerite Yourcenar, también nació en Itálica, fue hijo adoptivo y sucesor del primero, entre ambos gobernaron el Imperio desde el 98 hasta el 138. El tercer emperador de la Bética fue Teodosio, que gobernó en la segunda mitad del siglo IV. Teodosio promulgó el Edicto de Tesalónica en el 380 convirtiendo al Cristianismo en la religión del Imperio y dispuso la división del Imperio entre Oriente y Occidente a su muerte. El emperador y filosofo estoico Marco Aurelio, aunque no nació en Hispania procedía de una familia asentada en la Bética.

Religión en la Hispania Romana

Los romanos no mostraron interés en imponer su creencias religiosas. Los cultos locales se mantuvieron largo tiempo, como también lo hicieron aquellos traídos por los fenicios y los griegos a sus colonias y que ya habían permeado en los pueblos de la península. La presencia romana, al igual que en el resto del Imperio provocó un fenómeno de sincretismo religioso, entre los cultos autóctonos, los latinos y otros procedentes de oriente, con deidades como Isis, Serapis, Cibeles o Mitra.

Junto con estos cultos público, entre los romanos era muy importante el culto domestico en que recordaban a los antepasados, por otro lado, una serie de divinidades menores como los lares, penates y manes, protegían el hogar y la familia. Era un culto dirigido por el paterfamilias y para el que levantaban los lalari o altares familiares.

A partir del siglo I d.C. se oficializó el culto al Emperador. Este culto público, más político que de fe, suponía un reconocimiento de su poder y servía como elemento cohesionado de Imperio, pero chocó con el crecimiento de una nueva religión procedente de oriente: el Cristianismo, que se expandió por las ciudades de Hispania a partir del siglo II y que, por su monoteísmo, no aceptaba la divinización de los Emperadores, negándose a rendirle culto, lo que provocó la persecución de los mismo hasta el Edicto de Constatino en el 313. Finalmente el Cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio en el 380 con el Edicto de Tesalónica, promulgado por el Emperador Teodosio.

Crisis del siglo III en Hispania

Todo este enorme Imperio empezó a entrar en crisis durante el siglo III. Comenzó una ruralización de la sociedad y un debilitamiento de las estructuras del Estado. Los conflictos para la sucesión de los emperadores desembocaban constantemente en guerras civiles, por lo que el poder político dependía unicamente del control de las legiones. Por otro lado este ejército enquistado en luchas internas se debilitaba y descuidaba el control de las fronteras, donde la presión de los pueblos germánicos era cada vez más fuerte. Roma intentó integrarlos en sus legiones pero, tomando conciencia de su posición de fuerza, estos pueblos acabaron por crear sus propios reinos poniendo fin al Imperio.

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