Historia de España,  Materiales de estudio

La conquista Romana de Hispania II (195-19 a.C.)

Guerras lusitanas, celtiberas, cántabras y astures

La primera fase de la conquista de Hispania por parte de Roma se produjo en el contexto de la II Guerra Púnica que enfrentó a la República Romana con el que por entonces era su gran rival: Cartago. Tras la guerra Roma no abandonó los territorios dominados en Hispania, nombre con el llamaron al territorio que las fuentes griegas denominaban Iberia, dividiéndolos en dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior. Pese a sublevaciones como la de Idíbil y Mandonio, en esta primera fase de la conquista, entre el 218 y el 195 a.C., Roma se hizo con el control del litoral mediterráneo y el valle del Guadalquivir.

Asentado el dominio sobre los territorios iberos comenzó una segunda etapa de la conquista de Hispania, entre los años 195 y el 133 a.C. Durante estás cinco décadas, Roma se hizo con el control del interior y el oeste de la península.

El control del interior

Lucio Emilio Paulo fue el encargado de dominar la zona sur de Lusitania, hacia el 189 a.C. Mientras que el avance por la celtiberia correspondió a Quinto Fulvio Flaco y a Tiberio Sempronio Graco. Fue particularmente importante la figura de Graco, tanto por sus reformas en Roma como por su actuación en Hispania. Graco se adentró en el territorio celtíbero del medio Ebro con una política que utilizaba tanto la fuerza militar como los pactos. Para atraerse a los indígenas y asegurarse su fidelidad, junto a la tradicional exigencia de rehenes, realizó repartos de tierras y permitió su ingreso como tropas auxiliares en el ejército de Roma; a cambio de los pagos habituales de tributos y la prohibición de fortificar las ciudades.

Quizás la etapa más conocida y bañada en épica de la conquista romana de Hispania es la de las Guerras Lusitanas y Celtibéricas, conflictos prácticamente contemporáneos que se desarrollaron entre el año 155 y el 133 a.C., con episodios míticos como la rebelión de Viriato, cuya muerte inspiró el maravilloso cuadro neoclásico de José de Madrazo, o la heroica resistencia de Numancia, cuyo suicidio final inmortalizó con bella factura romántica Alejo Vero.

Las Guerras Lusitanas 155-139

Las Guerras Lusitanas se extendieron entre los años 155 y el 139 a.C. Ya hemos comentado que Lucio Emilio Paulo se había enfrentado y vencido a los lusitanos en el suroeste peninsular, dominio que asentó su sucesor Publio Junio Bruto. Hacia el año 179 a.C. los romanos habían pacificado, con su sutil estilo, la zona sur.

La primera gran rebelión de los lusitanos contra el poder romano comenzó en el año 155 a.C. Bajo el mando de caudillos como Púnico en el 155 a.C. y Cesareo, tras la muerte del primero, en el 153 a.C. Realizaron constantes incursiones por el territorio conquistado por Roma. Logrando sonadas victorias frente a los pretores de la Hispania Citerior y Ulterior.

La fortaleza de Roma en Hispania quedaba en entredicho, lo que fue aprovechado por otros pueblos celtíberos para realizar ataques de saqueo y cuestionar el dominio de Roma.

Era una momento particularmente delicado para Roma y la reacción fue de todo menos delicada. Los cónsules enviados por Roma actuaron de forma dura e implacable. Servio Sulpicio Galba y Lucio Licinio Lúculo, mostraron una gran crueldad a la hora de enfrentarse a los Lusitanos. Destacando la matanza realizada por el general Galba en el 150 a.C. Tras un aparente deseo de pacificar la situación y una promesa de un reparto de tierras condicionada a juramento de fidelidad a Roma, Galba convocó a los Lusitanos en sus campamentos para concretar el acuerdo, pero lejos de cumplirlo aprovechó el momento para asesinar a 9000 lusitanos y esclavizar a otros 20000. Tan deshonrosa fue su actuación que tuvo que rendir cuentas en el Senado Romano, aunque finalmente no tuvo castigo.

Si bien su infamia no tuvo consecuencias para Galba, sí las tuvo para la situación en Hispania. Superviviente de dicha matanza, Viriato se convirtió en el líder de una rebelión generalizada, que desde el año 147 a.C. puso en jaque a las legiones romanas con su tácticas de guerrillas, evitando enfrentamientos campales donde los romanos pudieran aprovechar toda la fuerza de sus legiones. Viriato atacaba territorios dominados por Roma en el valle del Betis y regresaba hacia el norte, cuando los romanos iban tras él se adentraban en territorio que no controlaban, donde eran sometidos a continuas emboscadas que les suponían terribles pérdidas.

La resistencia de Viriato y sus lusitanos, aliados con otras tribus celtiberas, se alargó durante siete años, y sólo finalizó con la traición de Audax, Ditalco y Minuro, compañeros de Viriato, quienes sobornados por Roma le asesinaron mientras dormía en el 139 a.C. Las campañas posteriores a su muerte permitieron a los romanos controlar el rico sureste peninsular.

Para acrecentar la leyenda en torno a la mítica resistencia de Viriato al invasor romano, el episodio de la traición nos ha dejado una famosa frase: Roma traditoribus non praemiat (Roma no paga traidores) que se atribuye a Quinto Servilio Cepión, cuando lejos de pagar la recompensa a los asesinos de Viriato les mandó ejecutar. No parece que esto fuera así pues no aparece en fuentes clásicas y Apiano dejó escrito que el proconsul “pagó a los traidores hispanos”.

Las Guerras Celtibéricas o Celtíberas 154-133 a.C.

Las llamadas Guerras Celtibéricas o Celtíberas también se desarrollaron en el siglo II a.C., entre 154-133 a.C., aunque con enfrentamientos anteriores, y supuso para la República de Roma el control del valle medio del Ebro y la meseta norte.

El causus belli fue la ampliación la muralla de la ciudad de Segeda en el 154 a.C. Este oppidum era la capital de los belos y estaba ubicada al oeste de la actual provincia de Zaragoza. Los romanos entendían que los belos infringía con estas obras los acuerdos firmados por los Celtíberos con Graco en el 179 a.C. cosa que estos negaban, pues no era una nueva muralla sino una ampliación de la ya existente.

Poco amigos de discutir los matices semánticos de los tratados, los romanos enviaron un ejército mandado por el cónsul Nobilior. Los habitantes de la ciudad huyeron y se refugiaron en Numancia, oppidum de los arévacos en el Cerro de la Muela, cerca de la actual localidad de Garray en Soria, hacia donde se dirigieron las legiones de Nobilitor. El ataque romano a Numancia acabó en un rotundo fracaso, y el duro invierno soriano diezmó la tropa romana.

Los años pasaron y los cónsules romanos se sucedieron con ellos sin lograr rendir la plaza de Numancia. El Senado Romano exigía la rendición incondicional del oppidum. No era Numancia una ciudad especialmente importante, rica o poblada, ni estratégicamente relevante, pero era para Roma un cuestión de prestigio, no podía permitirse fracasar.

El encargado de terminar con la resistencia numantina fue Escipión Emiliano, elegido cónsul en el 134 a.C. Escipión, tras atacar y saquear a los aliados de Numancia, inició un asedio final rodeando la ciudad con una triple muralla y siete campamentos, llegando a desviar el curso del Duero para evitar cualquier apoyo a los sitiados. Los intentos de romper tan trabajado cerco resultaron imposibles y la ciudad acabó rindiéndose por hambre. Para aumentar la épica de Numancia, muchos de los supervivientes prefirieron suicidarse antes de caer en manos de los romanos, los pocos despojos humanos que quedaban en la ciudad fueron vendidos como esclavos. La ciudad quedó destruida y sobre ellas los romanos levantaron otra posterior cuyos restos podemos visitar en la actualidad.

Roma lograba en el 133 a.C. el control de los territorios de la meseta norte hasta la Cordillera Cantábrica. Estas conquistas ponían fin a los ataques y saqueos de las tierras litorales por parte de los celtíberos.

Las Guerras Civiles: Sertorio

Las últimas décadas de República Romana fueron muy convulsas y estuvieron marcadas por el estallido de guerras civiles entre populares y optimates. Hispania no estuvo al margen de estos conflictos tomando su pobladores, tanto colonos romanos como indígenas, partido por uno u otro bando.

Los momentos más álgidos de estos enfrentamientos en Hispania tuvieron lugar durante la Guerra Sertoriana entre los años 82 y 72 a.C. Sertorio, general de Mario, por tanto popular, resistió en la península a los partidarios de Sila (líder optimate); y la posterior resistencia de los hijos de Pompeyo (optimates) en el sur de la península hasta ser derrotados por Julio César en la batalla de Munda (Montilla) del 45 a.C.

Más allá del enfrentamiento civil; estas guerras y en especial la figura de Sertorio, supusieron un primer intento de integrar en la cultura romana a los pueblos de la península, el inicio de una romanización que continuó Pompeyo y que en los siguientes siglos fue imparable.

Guerras Cántabras y Astures 29-19 a.C.

Pasamos ya a la tercera y última fase de la conquista de Hispania. Tras tantas décadas de guerras aun quedaban fuera del control de la República Romana las tierras alrededor de la Cordillera Cantábrica, pobladas por cántabros y astures. Su conquista no se emprendió hasta la época del Emperador Augusto y, aunque estos pueblos realizaban ataques de saqueo contra territorio romano, la conquista tuvo un carácter más de prestigio político del Emperador que de verdadero interés por estos territorios montañosos, Augusto quería logar una gran victoria que concluyera el dominio de la península y reforzará la figura del Emperador y su nuevo régimen político.

Las campañas conocidas como Guerras Cántabras se desarrollaron entre el 29 y el 19 a.C. Previamente las expedición de Décimo Junio Bruto, en el año 137 a.C. y la de Julio César en el 61 a.C. habían permitido el control romano de la zona norte del actual Portugal y la actual Galicia. En el año 29 se inició la conquista definitiva. Primero bajo el mando mando de Tito Estatilio Tauro, entre el 27 y el 25 a.C., asumió el mando el propio Emperador Augusto, y finalmente Marco Agripa terminó la conquista.

No fue para los romanos una guerra sencilla, como ninguna de las libradas en la península. La feroz resistencia de estos pueblos se veía beneficiada por una orografía montañosa, que facilitaba la táctica de guerrillas y perjudicaba los movimientos de las legiones, que tuvieron que adaptar su forma de combatir. Los romanos no dudaron en responder con feroces masacres y deportaciones a la resistencia indígena.

Cocorotta

El mitógrafo alemán Adolf Schulten sitúa en el contexto de estas guerras la historia de Corocotta citado por Dión Casio. Según Schulten Corocotta fue un de los líderes más carismáticos de los cántabros, quien al enterarse de la desorbitada recompensa ofrecida por su cabeza, evitó correr la misma suerte que Viriato presentándose el mismo ante Augusto para cobrar por su entrega. Algo a lo que deportivamente accedió el Emperador apreciando su valor y dejándolo marchar. No está clara la veracidad de esta historia ni si Dion Casio se refería, como afirma Shulten a un personaje de estas guerras, pero desde luego merece serlo.

Campaña de Marco Agripa

La campaña final corrió a cargo de Marco Agripa, fue una campaña devastadora, que apenas dejó supervivientes entre cántabros quienes resistieron al estilo numantino, incluido suicidio colectivo final, en muchas de sus poblaciones. Los historiadores romanos hablan de madres que matan a sus hijos antes de suicidarse para evitar que caigan en manos romanas.

Pese a la victoria militar y a la represión posterior: matanzas, traslados forzosos, entrega de rehenes, esclavitud, destrucción de murallas…; el control romano fue meramente superficial, los pueblos cántabros y astures no fueron totalmente dominados y su romanización fue muy débil durante todo el periodo imperial. Las continuas revueltas provocaron la presencia de permanente de legiones cuyos campamentos dieron lugar a importantes ciudades como León. Inconvenientes que no impidieron a Augusto proclamar la Pax Romana, simbolizadas por el cierre de las puertas del Templo de Jano.

Bibliografía:

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