La Revolución francesa y el Imperio napoleónico
La Revolución francesa marcó el inicio del fin del Antiguo Régimen. Puso en marcha un ciclo de revoluciones burguesas que impuso el liberalismo pese a la oposición absolutista de la Santa Alianza.
Las Revolución francesa fue posible gracias a la difusión de las ideas políticas de los ilustrados y a la coyuntura económica de finales del XVIII, marcada por la subida de los precios agrícolas y el auge de la industria y el comercio. Los burgueses quisieron romper con los privilegios de la nobleza y las fuertes regulaciones económicas. Las causas inmediatas fueron una serie de malas cosechas y la crisis industrial provocada por las importaciones de productos ingleses.
La Corona se encontraba en bancarrota (1788) por sus enormes gastos y para paliar la situación pidió a los privilegiados que pagaran impuestos. La negativa de la nobleza y el clero (revuelta de los privilegiados) obligó al Luis XVI a convocar los Estados Generales.
Los representantes del Tercer Estado elaboraron unos cuadernos de quejas cargados de exigencias políticas. Pidieron también que el número de sus representantes igualara al de los otros dos grupos y que el voto en la asamblea fuera por persona y no por estamento.
Los EEGG (III-1789) comenzaron con la negativa a las exigencias del Tercer Estado. Sus representantes abandonaron la reunión y se trasladaron al Jue de la Paume, proclamándose Asamblea Nacional Constituyente en medio de una gran agitación en París.
El 14 de julio, ante el movimiento de tropas del rey, el pueblo de París asalta la prisión de la Bastilla (símbolo del poder absoluto del monarca), mientras por las zonas rurales se extendieron las revueltas (Gran Miedo).
La abolición del Antiguo Régimen y la Declaración de Derechos fueron, junto a la Constitución de 1791 los resultados de esta Asamblea. La Carta Magna reconocía la división de poderes, el sufragio censitario y mantenía al Rey (derecho de veto). Los contactos del Rey con potencias extranjeras tuvieron su culminación con la Fuga de Varennes, cuando la familia real trató de huir a Austria.
La guerra contra Austria (IV-1791) estuvo a punto de acabar con la Revolución. Parte del ejército era fiel al Rey, sólo la defensa de París por parte de los sans coulotte y la organización de batallones populares en las provincias logró salvarla. El asalto a las Trullerias (VII-1792) provocó la abolición de la monarquía.
La siguiente fase, Convención Nacional (1792-1795), reconoció el sufragio universal. Dominada inicialmente por los Girodinos condenó al Rey pero trató de evitar su ejecución para no provocar otra guerra. La presión de los Jacobinos logró finalmente que el rey y su esposa fueran guillotinados (I-1793).
Una gran coalición anti-revolucionaria invadió Francia. Los Jacobinos tomaron el poder y radicalizaron las reformas hacia un régimen igualitario en los ámbitos sociales y económicos (Constitución de 1793). El gobierno (de excepción) lo ejercía Robespierre de manera muy represiva contra quien consideraba enemigo de la Revolución.
Lograron salvar la revolución pero el resto de grupos se unió contra los jacobinos (VII-1793) y les desalojó del poder y reprimió con dureza. La Constitución de 1795 fue el reflejo de las aspiraciones de la burguesía conservadora que daba por finalizado el periplo revolucionario.
La expansión exterior caracterizó la nueva etapa. El protagonismo del ejército aumentó y esto permitió a Napoleón Bonaparte acercarse al poder político. Un golpe de Estado (1799) le alzó al poder y en 1804 se proclamó Emperador.
Napoleón realizó importantes reformas administrativas y legislativas (Código Penal, Código Civil, Código de Comercio)y creó un gran Imperio en Europa. Su derrota final en la batalla de Waterloo (1815) le obligo al exilio en Santa Elena y puso fin a su poder.
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